El carnaval es una celebración pública que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana, con fecha variable (desde finales de enero hasta principios de marzo según el año), y que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle.
Por extensión se llaman así algunas fiestas similares en cualquier época del año.
A pesar de las grandes diferencias que su celebración presenta en el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol.
Hace escasas jornadas una agradable embajada de la Federación de Peñas del Carnaval efectuó una visita a mi domicilio –que es de todos-, solicitando mi colaboración para los carnavales inmediatos, de forma y manera que viniera a glosar, con el correspondiente pregón, las fiestas de las “Carnestolendas”.
En principio, dada mi avanzada edad, quise rehusar porque no me siento con las suficientes fuerzas para acometer dicha tarea; pero la representación festiva insistió en que podía ser la persona idónea para el quehacer que se me encomendaba.
No hubo que insistir demasiado porque me había de apoyar en nuestra bendita Patrona y porque pensaba sacar fuerzas de flaqueza para el mencionado empeño.
Y todo ello porque he sido, desde mi más tierna infancia, un enamorado de los Carnavales, que hoy distan mucho de aquellos de hace ochenta años que me tocó vivir intensamente.
El Carnaval original era todo un compendio de situaciones la mar de variadas en las que se ponía en solfa las más de las vivencias de aquellos tiempos en que la sátira, el desparpajo, a veces el desprecio, otras la envidia, no siempre sana, la crítica más acerba, salían a flor de piel para poner sobre el tapete de la vida en el plano callejero cuantas barbaridades sucedían, acaso escenas imaginativas, ideas de extravagancia suprema, en fin de todo un cúmulo de situaciones para concienciar a las gentes, para que sopesaran cuanto de bueno o malo envolvía la atmósfera pueblerina; como había señores incapaces de poder hacer, de poder atender las razonadas peticiones de los obreros; también del obrero que no era excesivo cumplidor de sus obligaciones.
Del político que nos ofrecía el oro y el moro, para quedarse con el poder, luego de que las urnas le favoreciesen y olvidara cuanto había prometido.
Críticas al clero por su descarado acercamiento al pudiente en detrimento del pobre; pero había casos y no pocos en que el de las “sotanas” ayudaba a la “pobreza”, con lo que podía sacar al poderoso.
Situaciones cómicas que nos hacía reír a mandíbula batiente. Amores y desamores, hasta el más inverosímil de los actos de la vida cotidiana. También pasajes trágicos que se ponían sobre el tapete callejero para llamar la atención.
Se me dirá que hubo una larga etapa en que todo quedó relegado, como sumido en el olvido, por mor de unas situaciones que impedían salir a la calle a las murgas y comparsas.
Pero aquí, en nuestra ciudad, a pesar de los pesares, no dejaron de celebrarse los bailes de carnaval en el Casino y los bailes populares domiciliarios, viéndose de noche en las calles y plazas a personas disfrazadas a las que incluso los Agentes de la Autoridad, conminaban amablemente para que no se dejaran ver en exceso.
Aquellos populares “guindillas” encargados de acompañar al pregonero local cuando se daba a conocer el oportuno “bando” de la Alcaldía, en el que los guardias leían al analfabeto voceador el contenido de la Orden de la Alcaldía para que éste gritara a pleno pulmón.
Aquellos carnavales que evoca mi memoria y que pocos recordaréis, en particular de la ante-guerra que yo he llamado sierre “incivil” y que sois afortunado de no haberla vivido, posiblemente por vuestra edad.
Los que hemos penado canas y a veces calvas, tenemos clavada en el alma una época dolorosa que guardamos si no en el olvido si en el de los recuerdos lejanos
Pero volviendo a nuestros carnavales, ¿quién puede olvidar aquellas comparsas con su correspondiente orquestina recorriendo nuestras calles?. ¿Quién olvida a determinados personajes que hacían las delicias del público oyente?. ¿Quién puede abandonar en el saco del olvido el paso por la Plaza, con la Calle Mayor de Triana (hoy Avenida Santa Eulalia) y el hecho de que la calle de San Cristóbal fuera el eje, el centro neurálgico sobre el cual giraban todos los grupos?. Una calle, la de San Cristóbal, que era el corazón de la Fiesta.
Tampoco podemos olvidar el hecho de que los jefes de las comparsas compareciesen, junto a su grupo, ante el Ayuntamiento solicitando del señor Alcalde la pertinente autorización, el visto bueno, que autorizaba la salida de las mismas; autorización que se obtenía si no se sobrepasaban las críticas, casi siempre ácidas, a la Autoridad o a la Iglesia.
La crítica a personas o entidades –Círculo, Casino, señoritos- eran lo más normal en esos días. Eso ya era otro cantar. Un cantar a veces excesivamente sonoro que movía a resentimientos y rencores… más o menos razonables.
Tantos y tantos formaron parte de estos movimientos de “masas” que diríamos hoy, no fueron suficientes para echar en el saco del olvido a los individuos, personajes populares, que hacían las delicias de las gentes.
La escenificación del costumbrismo, la existencia de anormalidades de todo tipo, invitaban a la crítica sana; los grupos musicales que ponían un techo sonoro al callejeo local.
La elegancia en el vestir de uno, el acento solemne sobre la situación de los desarrapados. Había grupos perfectamente uniformados y damas y damiselas que marcaron todo una época; época que se nos quedó grabada en la retina para todas las siempres, mientras vivamos.
Citaría personajes y personajillos, pero a buen seguro algunos quedarían en el olvido y esto lo considero imperdonable.
Había personajes que lucían galas extraordinarias y gentes bien pensantes que se decían ¿de dónde habrá sacado fulano o mengano ese equipo?. Lo cierto es que había todo tipo de dimes y diretes.
Totana enviaba a Alhama y Mazarrón sus comparsas y de estos lugares nos visitaban otros. Había cierto deseo de superar al que venía y a superarse cuando se iba. Nuestras comparsas, repetimos, le llevaban la palma musical y en cuanto a las letrillas, no digamos.
Más el Carnaval volvió a despertar en nuestra Totana allá por el año ochenta y dos del recién acabado siglo XX.
Se hicieron en un primer intento letrillas, canciones, que no tuvieron continuidad; posiblemente porque se quiso exprimir en demasía el tema político.
Las gentes estaban en otras cosas; de política pasaron casi todos los grupos, a un silencio solamente roto por las musiquillas del momento.
En cambio, lo que privaron y privan son las indumentarias, en particular femeninas; y aquí sí que se ha dado un vuelco a la tradición; los desfiles hasta hoy han sido solamente eso, pero… que desfiles, que vestiduras, que galas, que manera de asombrar a propios y extraños.
Cada grupo intenta sobrepasar a otro; la rivalidad, sana rivalidad, se acentúa. Parece como si dijeran “Y yo más que tú”
¿Qué hay de algunas galas? Superan en belleza todo lo imaginable, todo cuanto imaginarse pueda. A la tradicional belleza totanera de sus mujeres, se une su porte, su acendrada elegancia; el andar, el airoso braceo, la inmarchitable sonrisa que acentúa su belleza…. La sugerente expresividad, la picardía en el gesto. El paso cadencioso pero firma, la mirada cautivadora, forman un conjunto que realmente enamora.
¿Quién no ha soñado en rejuvenecer? Porque parece ser que la mirada nos quisiese echar atrás en una etapa de ensueño.
La música pegadiza, es una melodía de sones atrayentes ¿Qué tiene la mujer totanera? Indefinible, inexplicable. Es un todo que al parecer ha ido desde unas cotas muy normales superándose de año en año.
La música carnavalera suele ser repetitiva bien es cierto que hay variaciones y nosotros deseamos que se acentúen, pero lo vivido estas dos últimas décadas es inenarrable.
No hay pluma que capte la versatilidad del eterno femenino; ellos, también figuran… pero son a manera de “figuras decorativas” y que mi perdonen la expresión. Aunque algunos han ido evolucionando considerablemente.
También hay gentes que hacen la guerra por su cuenta lo que no está nada mal porque se observa la impronta carnavalera de todos, pero ellas, ellas, nuestras bellísimas mujeres en la totalidad de los casos se han superado llegando del cero al infinito.